José Luis Romero. Vida histórica, ciudad y cultura

José Emilio Burucúa, Fernando Devoto y Adrián Gorelik (editores)

Buenos Aires: UNSAM Edita, 2013

En el canon del pensamiento latinoamericano del siglo XX, el libro Latinoamérica: las ciudades y las ideas de José Luis Romero ocupa, sin lugar a dudas, un lugar prominente. Publicado en 1976, la obra se embebió de la tradición de los estudios urbanos que venían desarrollándose en Europa y Estados Unidos y, a su vez, se formuló como una contrarrespuesta a los estudios urbanos latinoamericanos que, desde la década de los cincuenta y bajo el designio del pensamiento desarrollista de la CEPAL, dominaron el panorama académico e institucional de la región. Desde este vértice, la propuesta de Romero permitió, por un lado, dotar de una nueva significación al estudio de las ciudades latinoamericanas, donde a la sociología urbana, con Georg Simmel y Lewis Mumford como principales exponentes, le cupo un papel fundamental y, por el otro, dar protagonismo a la historia cultural a través de una delicada trama donde el mundo de las ideas y de las materialidades dialogan y tejen la vida urbana. Según anotaba el mismo Romero en una de las entrevistas concedidas a Félix Luna, referirse a la historia de la cultura en ese momento era una defensa, un alegato y una toma de posición en el campo historiográfico, no solo argentino sino también latinoamericano (Conversaciones 153).

Si bien la importancia de esa obra supuso la apertura de una serie de nuevas interpretaciones de la historia cultural y urbana latinoamericana, la figura intelectual de Romero a nivel continental fue encasillada en ese único aporte. Si en el ámbito nacional argentino son reconocidas sus contribuciones historiográficas y su función como intelectual público –llegando incluso a ser rector interventor de la Universidad de Buenos Aires en 1955–, fuera de estos márgenes la obra de José Luis Romero no ha sido atendida por la academia latinoamericana en toda su magnitud.

José Luis Romero. Vida histórica, ciudad y cultura intenta, en este sentido, llenar un vacío en la valoración y significación de la obra de este pensador que rebasa los límites nacionales y continentales y que puede calificarse, sin temor a exageraciones, de universal. El libro editado por José Emilio Burucúa, Fernando Devoto y Adrián Gorelik en el 2013 surgió de las Jornadas realizadas en la Universidad Nacional de San Martín en el año 2009 como homenaje a la obra y figura de José Luis Romero en el centenario de su nacimiento. Un homenaje que puso su acento no en la apología sino en el necesario debate en torno a la amplitud de la obra romeriana que permitiera situar, revisar y reactualizar su legado intelectual.

En la publicación sobresalen voces diversas y legitimadas ya sea por su plena dedicación o por su acercamiento al pensamiento de José Luis Romero, entre ellos, Tulio Halperin Donghi, Fernando Devoto, Omar Acha, Natalio Botana, Arturo Almandoz y Adrián Gorelik. Es común a la mayoría de los artículos la búsqueda de indicios sobre las elecciones y obsesiones temáticas que desde muy temprano rondaron al autor, su proceso de maduración y transformación y, claro está, su compromiso con el quehacer histórico y con la reflexión de este quehacer respecto del presente. De ese modo, el libro desanda todas las facetas del Romero simultáneamente historiador, pedagogo, político y ciudadano, en un claro intento por abarcar los múltiples campos de conocimiento en los cuales su labor investigativa, intelectual y crítica fue prolífica.

El libro divide en cuatro secciones perfectamente equilibradas –compuestas por cuatro capítulos cada una– los principales ejes temáticos que marcaron la obra de Romero: la historiografía argentina, la historiografía europea, el mundo urbano y las fronteras del conocimiento histórico, teniendo como líneas de reflexión los tres conceptos que anuncia el título: la propuesta historiográfica de la “vida histórica”, la ciudad como encarnación y espacio donde discurre habitualmente el proceso de esa “vida histórica”, y la historia cultural como campo aglutinador.

En un movimiento que va de lo particular a lo general la primera sección del libro, como acabamos de señalar, se dedica al análisis de la obra romeriana en su relación con la historia y la historiografía argentinas; no obstante, de los cuatro capítulos solo dos se abocan íntegramente a lo que anuncia la sección: se trata de los artículos de Tulio Halperin Donghi y Fernando Devoto. Este detalle se revela como un indicador de las afinidades electivas de Romero, donde al estudio de lo propiamente nacional argentino le cupo un espacio más bien reducido. De hecho, el primer capítulo del libro, de Tulio Halperin Donghi, se inicia con una referencia donde el joven Romero establece su distanciamiento de la historia local.

Partiendo de esta reserva, los artículos de Halperin Donghi y Devoto realizan una minuciosa reconstrucción de la relación temprana de Romero con la línea historiográfica tradicional argentina, especialmente representada en la figura de Bartolomé Mitre y más tarde en la de Domingo Faustino Sarmiento. También se refieren al itinerario de la formación del aparataje teórico, conceptual e historiográfico del joven Romero que marcará en adelante su obra y que lo llevará a formular aportes cardinales como lo son: el de “vida histórica”; el surgimiento de la fructífera propuesta de la “Argentina aluvial” para el estudio del período a partir de 1880 que marcará la mirada historiográfica de esta época hasta el día de hoy; la aparición de su propuesta del estudio de la forma mentis, que más tarde derivará en la noción de las “mentalidades” –en el mismo momento en que este concepto se refuerza en la escuela francesa de los Annales–; y la consolidación de su modelo historiográfico, que bajo el signo de la historia de la cultura estructurará la tríada que explicará buena parte de los procesos históricos a los que se dedica: “Un sujeto social, la burguesía, una dimensión privilegiada para estudiarla, las mentalidades, y un lugar, la ciudad” (51).

El reconocimiento de estos aportes no impide a los autores formular algunas críticas a la obra de Romero. Halperin Donghi llama la atención sobre la mirada en exceso teleológica de la idea de la Argentina y la historia en Romero, la que explica situando al autor y su postura en el ámbito latinoamericano de entreguerras, cuando imperaba una apertura optimista hacia el futuro por el papel al que se sintió llamada la región, en el contexto de una encrucijada marcada por el rompimiento de los paradigmas civilizatorios. En ese momento, Romero se abrió paso en el campo de las ideas y, según anota el autor, “lo vivió como un signo de que le tocaba vivir un momento particularmente apasionante en ese avance hacia un futuro venturoso, que era la promesa de la informulada filosofía de la historia” (20).

Por su parte, Omar Acha, quien analiza la representación de Latinoamérica en la obra de Romero, advierte cómo en el autor impera lo que Gorelik dio en llamar un “optimismo urbano”, cuestión que lo llevó a no retroceder nunca en su confianza en las promesas del progreso, las que eran encarnadas en la ciudad y que, a la par, atribuían un cierto carácter estático al mundo rural, Según Acha, Romero aunque no abandonó una mirada en la que primaba la tensión dialéctica entre el campo y la ciudad, sí minusvaloraba la relevancia de las zonas no urbanizadas latinoamericanas. En este sentido, las críticas más agudas reclaman de Romero el no haberse percatado de la crisis democrática que esas ambigüedades, desacuerdos y desajustes del sistema urbano traerían y terminarían por arrasar con las ciudades (67).

El libro prosigue con una sección dedicada a uno de los campos temáticos más prolíficos del autor y paradojalmente el menos conocido entre sus pares latinoamericanos: el Romero que piensa la historiografía europea y que además se inserta en ella produciendo obras fundamentales sobre el mundo feudal y medieval (vale recordar que el propio Romero se definía a sí mismo como medievalista), así como monografías biográficas dedicadas a Heródoto y Maquiavelo. En una invitación que no es casual y que busca legitimar los aportes de Romero en el ámbito europeo, Peter Burke aparece con un trabajo que rastrea el énfasis de la historia de las mentalidades que discurre en la mayor parte de los trabajos del autor, lo que sugerirá comparaciones con los historiadores de la red de los Annales, especialmente Lucien Febvre, Marc Bloch, Georges Duby, Jacques Le Goff y Robert Mandrou. Asimismo, las posibles lecturas del corpus europeo general de referencia en que se apoyó Romero: Jacob Burckhardt, Erich Auerbach, Johan Huizinga, José Ortega y Gasset, Wilhelm Dilthey, Karl Mannheim, entre otros. La deuda de Romero para con el pensamiento alemán pareciera, por los nombres citados, particularmente significativa. El artículo intenta desentrañar, a veces forzadamente, las citas ocultas de ese corpus así como otras influencias y lecturas que al parecer subyacen en la obra y los aportes romerianos.

Ahora bien, la mayor parte de los artículos de esta sección descubren al Romero medievalista, que llegó a adelantar algunas de las lecturas que dominaron los estudios del mundo burgués, especialmente sus aportes sobre la mentalidad trifuncional en el medievalismo. Una concepción organicista de la sociedad que, según Romero, prevaleció durante la Edad Media y que estaba integrada por tres brazos, los “defensores, oradores y labradores”. Esta visión del medievalismo se impuso internacionalmente veintiocho años después del descubrimiento de Romero gracias a la obra de Georges Duby.

La tercera sección se aboca a una de las áreas del pensamiento romeriano que ha tenido mayor impacto en la academia latinoamericana: aquella referida a la ciudad y al mundo urbano. Desde sus primeros estudios, el mundo urbano fue un punto de partida y lo vislumbra también como punto culmen de una obra ambiciosa que debería abordar la historia de la ciudad occidental. De ahí su interés por la formación de la ciudad burguesa medieval y el traslado de sus interpretaciones sobre esta ciudad del medioevo tardío a las expectativas de los conquistadores y colonizadores españoles y portugueses del siglo XVI y XVII. Una visión que le permitió no solo reflexionar sobre la fundación de ciudades y la urbe colonial latinoamericana sino que también le sirvió como referencia para la imagen de la experiencia colonial general.

El peso y la vigencia del libro Latinoamérica. Las ciudades y las ideas se hace sentir en cada uno de los capítulos que integra la sección: todos los autores afirman que el libro fue la cumbre de su pensamiento. Los cuatro trabajos vuelven su mirada al tratamiento que Romero hizo de la ciudad latinoamericana y, en el caso de Graciela Silvestri, del mundo urbano y la cultura porteña, que habría orientado la lectura de la ciudad iberoamericana in extenso, especialmente del proceso vivido hacia fines del siglo XIX y principios del XX. En este punto, Silvestri y Halperin coinciden en que en su dedicación a Latinoamérica se subsume la idea de la Argentina que pesa como experiencia vital y que sirve como punto de partida para plantear realidades a escala continental.

Adrián Gorelik, uno de los nombres ineludibles en los estudios urbanos latinoamericanos actuales y especialista en la obra de Romero, destaca el punto de vista descentrado, en apariencia marginal, americano, que es utilizado por Romero como estrategia que posibilita un habla no comprometida con corrientes historiográficas, con ideologías y partidos de moda. Fue un punto para analizar suelto de amarras de la camisa de fuerza del discurso académico, de ahí que no se encuentren muchas citas de fuentes secundarias en sus libros. No obstante, el autor cree necesario intentar establecer los contactos y los diálogos implícitos en el pensamiento urbano latinoamericano en los cuales Romero terminó siendo un pilar fundamental en lo que sería casi una subdisciplina académica: la “cultura urbana latinoamericana”. Gorelik se propone, por tanto, comprender cómo se iluminan mutuamente la obra de Romero y los estudios urbanos latinoamericanos de su tiempo, más allá de una lectura básica que identifique apenas las influencias (222).

La última sección la conforma una suerte de miscelánea que aborda temas como la relación de José Luis Romero con Gino Germani en la formación de un cierto campo cultural argentino, que operó más bien al margen de la institucionalidad pero que ganó vigencia con los años. De igual modo, los contactos de Romero con los emigrados españoles de la Guerra Civil, como también el papel de las artes y la música en su concepto de mentalidad burguesa y su acercamiento y uso de los estudios literarios. Destaca el aporte de Burucúa en el reconocimiento del valor y el peso de la historiografía del arte para lograr una reconstrucción acabada de lo que Romero definía como “vida histórica”, que sería, en líneas generales, una totalidad dinámica en la que se despliegan la dialéctica de los grupos sociales, la del individuo y la creación cultural, mediada por el juego que se establece entre la realidad y las ideas. Para Burucúa, las artes, en este caso las plásticas y la música, se convierten en la obra de Romero en actos históricamente narrables, en cuanto se integran a las categorías de la mentalidad y de la vida histórica (333). El autor encuentra, no obstante, algunas generalizaciones poco logradas debido al gran esfuerzo de interpretación y síntesis histórica de larga duración que marcó la obra de Romero.

Los diversos artículos que componen el libro reconocen, de este modo, al Romero universalista que piensa en la periferia, una línea que lo ubica en la tradición del canon del pensamiento latinoamericano junto a Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña y Rafael Gutiérrez Girardot, entre otros, quienes adoptaron una perspectiva mundial descentrada e insistieron en insertar a Latinoamérica dentro de la tradición de la cultura occidental. De ahí que miraran y pensaran sin complejos de inferioridad la cultura europea y se reconocieran en ella sin por ello dejar de sumarse, como lo anota Romero en su libro Situaciones e ideologías, al “gigantesco esfuerzo que hoy hace Latinoamérica para descubrir su auténtica personalidad, fruto de una experiencia singular” (6).

Si la finalidad de todo libro es la divulgación del pensamiento y, en este caso en especial, pagar la deuda con el legado de un intelectual excepcional del siglo XX, esperaríamos que el libro pudiera superar la suerte de su homenajeado, salir de sus márgenes nacionales y distribuirse, al menos, por toda la América hispanohablante. Para ello sería necesaria una nueva edición que rectifique el exceso de los registros orales en varios artículos y corregir los reiterados errores de mecanografía.

A pesar del enorme esfuerzo de recopilación, análisis e interpretación del legado romeriano y sus aportes a la historia y a la cultura latinoamericana, sin duda estos no se agotan en el presente libro. Faltaría, por ejemplo, detenerse en las contribuciones de Romero a la historia política latinoamericana y su necesaria vinculación con la historia social, así como sus análisis y caracterización del pensamiento conservador signado por el eclecticismo y la capacidad de negociación, lo que sin duda ha permitido su permanencia y vitalidad en la política latinoamericana actual.

José Luis Romero. Vida histórica, ciudad y cultura funciona, en este sentido, como un significativo punto de partida para una reflexión y revaloración de una obra, aún pendiente en la academia latinoamericana.

Natalia López Rico

Universidad de Chile, Chile

nlopezrico@gmail.com

Bibliografía

Luna, Félix. Conversaciones con José Luis Romero. Sobre una Argentina con Historia, Política y Democracia. Buenos Aires: Editorial Belgrano, 1978. Impreso.

Romero, José Luis. Situaciones e ideologías en América Latina. Medellín: Editorial Universidad de Antioquia, 2001. Impreso.