328 MERIDIONAL Revista Chilena de Estudios Latinoamericanos 7, octubre 2016
Huellas en la ciudad. Figuras urbanas en Buenos Aires y
Santiago de Chile, 1880-1935.
Claudia Darrigrandi
Santiago: Cuarto Propio, 2015
Huellas en la ciudad, el libro recientemente publicado por Claudia Darrigrandi, estudia cuatro subjetividades de la ciudad latinoamericana en el marco de los procesos modernizadores del cambio de siglo y quiere mostrar los modos en que esas cuatro subjetividades dibujan recorridos en su superficie. La lista incluye al dandi, que la autora lee en Pot pourri (1882) de Eugenio Cambaceres; a la flâneuse, que aparece en las crónicas y poemas de Alfonsina Storni; a la prostituta, descrita en Juana Lucero (1902) de Augusto d’Halmar; y al vagabundo de El roto, la famosa novela de Joaquín Edwards Bello, de larga historia editorial. El libro propone que el dandi dramatiza la tensión entre la sociedad oligárquica porteña y los incipientes procesos modernizadores: es una figura excéntrica, incluso sexualmente ambigua, un hijo de la modernidad que funciona, sin embargo, como guardián del orden familiar oligárquico. La flâneuse, por su parte, expresa la tensión entre la construcción subjetiva de la mujer de clase media en la ciudad, en Buenos Aires en particular, y el diseño patriarcal de la modernidad. En la versión de d’Halmar, la prostituta encarna la tensión entre la escritura, la declinante cultura letrada chilena, y la emergencia de la visualidad, tan presente en la novela y en la historia de allí en adelante. El vagabundo, finalmente, expresa la tensión entre el estatuto letrado y el sujeto que la letra intenta representar: no hablamos propiamente del roto sino, como bien apunta Darrigrandi, del roto chileno devenido vagabundo (208), es decir, del sujeto popular que la élite letrada envió a la guerra del Pacífico –o del salitre– y que a su retorno ya no quiere ver deambulando por Santiago, pues se ha vuelto insumiso o peligroso.
Hasta aquí la materia de que se ocupa la escritura. Huellas en la ciudad nos ofrece, además de esta materia, un repertorio de interesantes gestos críticos, giros del pensamiento o de la escritura que interesa discutir como estrategias y posicionamientos de nuestro oficio.
En primer lugar, y pese a que no constituye un foco declarado de su trabajo, Darrigrandi está siempre atenta a las fricciones sexogenéricas, y las lee tanto en algunos márgenes –la figura pintoresca del dandi, la ostentosa exclusión de la prostituta– como en sus manifestaciones a pleno día, como es el problemático espectáculo en que deviene que una mujer sola camine por la ciudad. La suya es, por otro lado, una historia cultural que busca construirse desde las subalternidades –y aquí sumo al vagabundo urbano– pero que renuncia a sus construcciones más mitificadas, como
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las ideas de “pueblo” o “proletariado”. Este doble interés, por el género y los sujetos subalternos, comunica a los objetos del libro una intensa actualidad. Es imposible no pensar en cronistas como Pedro Lemebel o Roberto Merino cuando se lee los problemas que Darrigrandi pesquisa en Alfonsina Storni y en Eugenio Cambaceres, por ejemplo: Huellas en la ciudad quiere decir el pasado, pero lo hace en un tiempo muy presente.
Como se adivina a partir del resumen de más arriba, el libro suele recurrir a la palabra “tensión” para describir sus hallazgos. Se refiere, en principio, a las discrepancias, agonismos o luchas que recurren entre clases sociales, o a las resistencias menos evidentes a las hegemonías más sutiles. Y aunque la idea de tensión hace referencia a este enfrentamiento, por cierto, también es signo del poco interés que tiene la autora por resolver las discrepancias de una manera modernamente dialéctica. Su ejercicio crítico, entonces, no busca decirnos una verdad, más bien intenta mostrarnos el “campo de posibilidades” del conflicto, su polisemia. En esta maniobra, quizás inconscientemente, se repite un viejo gesto del estructuralismo, el del Barthes del análisis de los relatos, que se niega al cierre total de la significación. Esto le otorga una curiosa fluidez a la interpretación o bien una interesante inestabilidad. Por ejemplo: tras argumentar, convincentemente a mi juicio, la violencia y victimización a la que se somete el cuerpo de Juana Lucero en sus traslados urbanos, se nos señala que, en la medida en que la prostituta se mueve por la ciudad, “puede ser también una figura de resistencia. (…) [E]s posible dar un giro en la perspectiva y no incluir a Juana dentro de los desechos de la supuesta modernidad capitalina. (…) La Lucero es una figura urbana nómade que se resiste al sedentarismo de la ciudad y desafía el disciplinamiento patriarcal” (171). Hay aquí un esfuerzo por mantener despierto el juicio, un valioso interés por no anquilosarse en la posibilidad única.
Dejo para el final dos aspectos metodológicos que me parecen del mayor interés. Es evidente que la autora intenta un estudio histórico de vocación interdisciplinaria y es evidente también que esta es una preocupación constante en su trabajo. No hay que olvidar que la misma Darrigrandi escribió su primer libro desde el cruce entre la historia y el teatro. Esta vez el interés está en el lugar que puede abrirse entre los estudios literarios y los fenómenos de la visualidad, y desde allí el libro ofrece perspectivas muy interesantes, como ocurre con Juana Lucero. Quizás la entrada que, sin embargo, más conquista al lector es cuando intenta proponer el estudio serial de las portadas de Juana Lucero y El roto. El modo en que esas portadas van progresivamente quitando su agencia a Juana es revelador. Cabe preguntarse, eso sí, quién es el responsable de esas portadas y cuál es su proceso productivo. No es tan claro que el diseño de las portadas de los libros responda siempre a una lectura cuidadosa o a una interpretación a la letra de los textos que deben ilustrar (al menos en las prácticas editoriales de hoy).
Como puede verse, Huellas en la ciudad es, con todo lo que ello implica, un genuino trabajo de investigación cultural y literaria, y constituye, me parece, una toma de posición para nuestro oficio. En los últimos años los chilenos hemos discutido
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largamente el estatuto de la investigación en humanidades y se han defendido o atacado sus diversas manifestaciones, desde el ensayo libre y sin estructura hasta las formas calcadas de las ciencias sociales. Claudia Darrigrandi parece adscribir a un modelo que conserva la idea de investigación y trabajo riguroso sin renunciar a la interpretación creativa, un trabajo que surge al mismo tiempo del archivo, de la fina discusión teórica (valga como ejemplo el modo en que se espiga la noción de flâneuse) y la reflexión individual. Me parece un programa sensato y, como se ve, puede ser muy fructífero.
Ignacio Álvarez A. Universidad de Chile, Chile ignacioalvarez@u.uchile.cl
Bibliografía
Darrigrandi, Claudia. Dramaturgia y género en el Chile de los sesenta. Santiago: Lom/ Dibam/Centro de Investigaciones Históricas Diego Barros Arana, 2000. Impreso.