Presentación

Cuando convocamos a contribuir al dossier sobre narrativa latinoamericana de la dictadura y la postdictadura que contiene este número 6 de Meridional, el período histórico en que estábamos pensando era el que en América Latina se abre en 1964, cuando en dos días escasos, el 2 y el 3 de abril, los militares brasileños dejaron sin trabajo al presidente João Goulart, y que se cierra en el 11 de marzo de 1990, cuando después de perder en octubre de 1988 un plebiscito que él creyó que iba a ganar y no sin haberse asegurado cuidadosamente de la perduración de su legado, Augusto Pinochet le entregó el poder en Chile al presidente constitucional Patricio Aylwin (según la Constitución pinochetista del 80, es claro). Entendíamos, y entendemos, sin embargo, que ese período histórico dictatorial es apenas uno entre los muchos que ha debido padecer la región. Ejemplos egregios son a mediados del siglo XIX, durante la fase de construcción de los Estados nacionales, las dictaduras del argentino Juan Manuel de Rosas, el paraguayo José Gaspar Rodríguez de Francia y el ecuatoriano Gabriel García Moreno, a fines de ese mismo siglo las del venezolano Antonio Guzmán Blanco, el colombiano Rafael Núñez, el guatemalteco Manuel Estrada Cabrera y el de don Porfirio mexicano, para continuar luego en dirección al siglo XX, donde nos topamos con los despotismos de Juan Vicente Gómez en Venezuela, con la dinastía de los Somoza en Nicaragua, con Rafael Leonidas Trujillo en la República Dominicana, con el colombiano Gustavo Rojas Pinilla, con el cubano Fulgencio Batista y con el haitiano François Duvalier, entre otros. Entendíamos pues eso: que de dictaduras hemos tenido los latinoamericanos conjeturablemente más de las que merecemos. Pero entendíamos, y entendemos también, que las dictaduras latinoamericanas de la última camada fueron distintas a las otras. Que Pinochet no era Trujillo resucitado, ni Rafael Videla una nueva versión del Tacho Somoza. Que las diferencias son múltiples, pero que entre ellas hay tres que se destacan por sobre (y, a lo peor, resumen a) las demás: la radicalidad de los nuevos proyectos autoritarios, sus alcances transversales y masivos y su prolongación más allá de ellos mismos. Nos referimos al afán refundacional, al ataque salvaje y sin tregua contra los opositores de todos los sectores sociales –persecución, cárcel, tortura, violaciones, asesinato y desaparición de los cuerpos de miles de personas–, y a una continuidad que puede ser mayor o menor según los países pero que como quiera que sea hace plausible el empleo del término postdictadura como uno que lampedusianamente designa a lo que cambió sin cambiar.

Frente a ello, nuestra pregunta era: ¿qué ha hecho al respecto la literatura latinoamericana? Y si es que no toda la literatura latinoamericana, la narrativa al menos. En todos los “casos” que mencionamos arriba, la narrativa tuvo algo que decir. Amalia de José Mármol (1851) y El matadero (escr. c. 1840; pub. 1871) de Esteban Echeverría, a mediados del XIX, y El señor presidente de Miguel Ángel Asturias (escr. c. 1930; pub. 1946), en la primera mitad del XX, son solo tres ejemplos canónicos. Y no lo son menos las monumentales “novelas del dictador” de los años setenta del siglo XX: Yo, el supremo, de Augusto Roa Bastos (1974), El recurso del método (también de 1974), de Alejo Carpentier, y El otoño del patriarca (1975), de Gabriel García Márquez, junto con otras de menor envergadura.

Curiosamente, sin embargo, aunque sea cierto que en no escasa medida esas novelas setenteras del dictador se vieron estimuladas por las circunstancias históricas en desarrollo desde 1964, lo concreto es que ellas no nos hablaban con el mismo lenguaje con el que nos hablan las del ciclo que aquí más nos interesa. En efecto, entre aquellas, cuya precursora es El señor presidente, y las novelas actuales sobre el tema se ha producido, nosotros creemos, una reorientación histórico-literaria de proporciones y atribuible en último término a los sucesos que en la Historia general latinoamericana se desencadenan con el golpe brasileño del 64, reorientación que determina un cambio de rumbo desde las novelas sobre el dictador a las novelas sobre la dictadura y la postdictadura. En términos del contenido de la representación, es esta una ruptura mediante la cual el foco se mueve y redirige desde el arquetipo más o menos mítico del tirano a la representación literaria del modo de existencia colectiva que los regímenes post 64 impusieron en nuestros países. Esos que, como decíamos hace un momento, fueron radicales en su planteo (en el caso chileno, el sociólogo Tomás Moulian es quien afirma que la revolución chilena finalmente no la hicieron los revolucionarios sino los hombres de uniforme y sus asesores, los tecnócratas neoliberales), extensos en su trámite y de una durabilidad que entre otras cosas garantizaba su compromiso con la política de Estados Unidos durante la guerra fría y con el capitalismo globalizado a escala planetaria.

Por lo tanto, en las nuevas novelas latinoamericanas de la dictadura y la postdictadura, las que se empezaron a escribir en los setenta y ochenta, que maduraron y se multiplicaron en los noventa y que continúan publicándose hasta la fecha, lo que está en el centro es el régimen dictatorial como un todo, el que es propio de este tiempo nuestro (incluida ahí la actual fase postdictatorial), y sus efectos. Ello da pie para la recurrencia en estas obras de una multiplicidad de motivos, entre los cuales sobresalen el de la “destrucción” y las “ruinas” del proyecto revolucionario (o simplemente republicano), el que fue desarticulado pieza por pieza por los militares y sus asesores (que dicho sea de paso no tiene que ver con las ruinas benjaminianas, aunque haya críticos que eurocéntricamente se empeñan en leerlas así), el de la “renegación melancólica” o “romanticismo de la decepción”, el de la censura y la autocensura, el de la tortura, el del exilio (también el desexilio y el reexilio), el de la resistencia, el de la colaboración con los represores, el de la memoria y el de la “postmemoria” (esto último reciclando las tesis de Marianne Hirsch para las obras de los descendientes de las víctimas del Holocausto judío). Todo ello junto con la reemergencia en el campo literario de la antigua querella entre realismo y antirrealismo, entre la voluntad de seguir construyendo grandes “frescos del presente” y de acercar de esa manera la novela al testimonio, en lo que muchos escritores aún insisten y algunos de ellos con verdadera maestría (José Miguel Varas, en Chile), y la convicción de que semejante retórica dejó de ser utilizable, que las pretensiones de verdad del viejo realismo mimético se encuentran exhaustas, que él no puede ya dar más de sí.

El resultado de esto último es el repunte de una retórica de neovanguardia en un gran número de las novelas latinoamericanas de dictadura y postdictadura, una retórica deliberadamente “desrealizadora”, en cualquiera sea la fórmula elegida, desde aquellas que recuperan moldes consabidos, con los que acogen y reproductivizan el imaginario onírico o mítico, el grand guignol titiritesco, el grotesco, el esperpento o los disparates de la farsa carnavalesca, y sin que falten por ahí tampoco algunas pinceladas un tanto passé de kafkismo, dadaísmo, patafísica, surrealismo o “teatro del absurdo”, hasta las que se abren a lo nuevo: al seductor predominio de la imagen medial contemporánea o, más precisamente, a la influencia de la fotografía, el cine, el video, la televisión, las imágenes de la publicidad, las de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, etc. Entre el cartoon de Álvaro Bisama en una punta del espectro y las ucronías de un Jorge Baradit en la otra, el común denominador será siempre el intento desrealizador.

Tarea esta para la cual las figuras retóricas que previsiblemente saltan al primer plano del relato son la ironía, la parodia, la sátira y todas las figuras de la semejanza, de preferencia la alegoría, la que de nuevo no es, por más que se empeñen algunos, la alegoría benjaminiana. También habría que mencionar aquí la elipsis, o sea el agujero enigmático que el texto deja abierto y disponible para que el lector cómplice lo llene. No nombrar directamente o, mejor dicho, no nombrar de acuerdo con las pautas de la percepción y experiencia ordinarias, las que para el artista de neovanguardia han sido cooptadas por el espíritu burgués y son, por lo mismo, referentes inconfiables, es pues la orden del día para esta clase de literatura. El resultado son obras que abominan del realismo, por lo menos del realismo mimético de raíz decimonónica, pero que conviven, que tienen que convivir con él al interior de un campo literario que es tremendamente heterogéneo todavía, en el que no existe una línea sola que esté imponiendo su poder hegemónico. De una u otra forma, en los seis ensayos que integran nuestro dossier todo ello se pone en evidencia.

El primero de estos ensayos pertenece a Fernando Moreno, “La madre del dictador. Otra lectura para El otoño del patriarca”, y es justo que nosotros lo hayamos puesto a la cabeza del grupo en tanto que al ocuparse el profesor Moreno de la novela de Gabriel García Márquez nos ofrece un resumen excelente del sentido de y la crítica sobre las viejas novelas del dictador, junto con la propuesta de un nuevo modo de leerlas, en este caso procediendo a una lectura de El otoño del patriarca a la luz del “marianismo” de la cultura latinoamericana. Al trabajo de Moreno sigue uno de Rike Bolte, “Punctum, de Martín Gambarotta: ¿poema narrativo o relato poético? Paradigma de una escritura elíptica para la postmemoria argentina” y que en el decir de Bolte es una obra a la que él mismo califica de cabeza de serie de “las literaturas argentinas más recientes, iniciadas desde 2001/02” (el énfasis es suyo), por cuanto habría sido la primera en poner de manifiesto ciertas posibilidades de discurso que después llegarían a ser comunes. A continuación, hemos incluido “Después de la larga noche: narrativa paraguaya contemporánea”, de Daniel Noemi Voionmaa, un trabajo que nos parece de sumo interés puesto que se aboca con solvencia al estudio de una de las literaturas de la región que menos se conocen, la paraguaya, y que a juicio de este crítico tiene más de algo que decir sobre el asunto que ahora nos convoca.

Siguen al trabajo de Noemi tres estudios sobre obras específicas. El primero de ellos es “Lucha armada y neovanguardia en Estrella distante y Nocturno de Chile de Roberto Bolaño”, que firma Eduardo Vergara Torres. Con una lectura perspicaz, a contrapelo, poseída por un ánimo expresamente reivindicativo, Vergara Torres procura apartar a Bolaño de la vasta y cuestionable legión de los cultores de la poética de la derrota. En “Confesiones subalternas II: modos de representación de la colaboración y la culpa en novelas argentinas de la postdictadura”, Macarena Areco Morales se introduce por su parte en uno de los temas más complejos de entre aquellos a que da lugar el corpus: el de las “mujeres traidoras”, que Areco enfrenta en obras que pertenecen a Liliana Heker, María Teresa Andruetto y Julián López. Finalmente, cierra el dossier “Vacíos e imágenes de la memoria. Algunas novelas y películas en la postdictadura chilena y argentinas. 2001-2015”, de Luis Valenzuela y Violeta Pizarro, un artículo que examina la conexión y las tensiones entre la letra y la imagen para dar cuenta de los desmanes del terrorismo de Estado y sus consecuencias. Más allá de las elaboraciones puntuales de este artículo, valiosas sin duda, él nos sirve para comprobar una vez más el contemporáneo debilitamiento de las fronteras entre la literatura y la imaginística de la máquina audiovisual.

En la sección de “Notas”, incluimos la entrevista a José Murilo de Carvalho, historiador brasileño, realizada en junio de 2014 por nuestra colega Natalia López. La conversación entre Murilo de Carvalho y López aborda la formación y trayectoria intelectual del historiador. Asimismo, se refiere al problema de la ciudadanía y al estudio de la construcción de la nación y las identidades colectivas, temas de obras suyas que son fundamentales para el estudio de la cultura brasileña como Os bestializados y La formación de las almas. Consideramos que esta es una entrevista útil para pensar también en las construcciones de ciudadanía en el Brasil de hoy.

Por su parte, otra de nuestras colegas, Elena Oliva, atiende a la presencia de los afrodescendientes en Chile a propósito de la libro Afrochilenos. Una historia oculta (2012) de Marta Salgado, una de las fundadoras de la ONG Oro Negro. Es este un texto reflexivo que, a partir de la publicación de Salgado y de una entrevista que Oliva le hizo en otro momento, discute la doxa que niega o minimiza mañosamente la presencia afro en la historia republicana de nuestro país. Además de trazar un recorrido con sentido histórico, el texto de Oliva pone así en relación la actividad intelectual y militante de Salgado con la experiencia del racismo en Chile.

En su cariñoso recuerdo de Cirilo Vila, el eminente músico chileno muerto en julio de 2015, Cristóbal de Ferrari reconstruye su trayectoria, aludiendo no solo a sus grandes logros, como compositor y pianista, sino también a su labor docente, para lo que recurre a los testimonios de sus estudiantes, por ejemplo de Andrés Alcalde y Alejandro Guarello. El artículo insiste con justicia en el coraje humanista que hizo que en plena dictadura Cirilo Vila se desentendiera de cualquier desvinculación entre ética y estética.

Cierra la sección de “Notas” el ensayo en que Pablo Oyarzún aborda el problema del duelo, entendiéndolo como una categoría histórico-estética, en el marco de la creación artística que surgió en Chile durante los años de la dictadura y reflexionando además acerca del lugar de la imagen en el trabajo de memoria. La pregunta que guía la meditación de Oyarzún tiene que ver con la especificidad de lo visual en ese momento histórico y con el establecimiento de lo que el autor denomina la “ley paradójica del duelo”.

Las reseñas de este número son de la novela de Rossana Dresdner Pasajeros en Tránsito (2012), a cargo de Bernardo Subercaseaux; de The Art of Post-Dictatorship (2014) de Vikki Bell, a cargo de Felipe Lagos; y de Los chilenos bajo el neoliberalismo. Clases y conflicto social (2014) de Carlos Ruiz y Giorgio Boccardo, a cargo de Claudia Zapata.

Grínor Rojo de la Rosa (grinorrojo@hotmail.es)

Director y coordinador del dossier

Centro de Estudios Culturales Latinoamericanos,

Universidad de Chile