Meridional revista Chilena de estudios latinoamericanos

Número 7, octubre 2016, 179-202

heroísmo y conciencia racial en la obra de la poeta afrocubana Cristina ayala

María Alejandra Aguilar Dornelles

University at Albany-State University of New York, Estados Unidos maguilardornelles@albany.edu

Resumen: Este artículo examina la obra de la poeta cubana Cristina Ayala enfatizando el valor político del uso de una retórica heroica que enmascara su demanda de reconocimiento de los derechos de la mujer y de los afrocubanos. El análisis de su obra sugiere que tanto la manipulación simbólica de la figura del héroe como la inscripción de la mujer letrada “de color” dentro de un modelo de heroicidad representan una intervención de carácter político en la elaboración de la memoria nacional. A través de la construcción de una posición discursiva que reconstruyó el pasado de esclavitud, narró la peripecia revolucionaria y creó una utópica visión de futuro para la comunidad afrodescendiente, su poesía expresa la emergencia de una conciencia racial y de género que no temió combatir la discriminación. Este artículo, además propone la relevancia de la obra de esta poeta para los estudios sobre género, escritura y poder en América Latina.

Palabras clave: Cuba, afrodescendencia, retórica heroica, poesía, conciencia racial y de género.

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Heroism and Racial Consciousness in the Poetry of Afro-Cuban Writer Cristina Ayala

Abstract: This article examines the poetry of Cuban writer Cristina Ayala emphasizing the political value of her use of a rhetoric of heroism, a discursive device that masks her demands for recognition of women’s rights and those of Afro-Cubans. The analysis of her poetry suggests that the symbolic manipulation of the “hero” and the representation of “colored” women as intellectuals and “heroes” expressed her desire to intervene in the public arena. By positioning herself within a political discourse that reconstructed slavery’s past, she narrated the revolutionary vicissitudes and created a utopian vision of the future for the Afro-Cuban community. Ayala expresses the emergence of a gender and racial consciousness that challenged discrimination. Finally, this article proposes the relevance of her poetry in Latin American studies, Gender studies and Diaspora studies in Latin America.

Keywords: Cuba, Afro-descendants, rhetoric of heroism, poetry, gender and racial consciousness.

El 12 de diciembre de 1893 apareció en el periódico Patria un texto de José Martí dedicado a Mariana Grajales, la madre de los líderes militares afrodescendientes José y Antonio Maceo, quienes habían luchado por la independencia cubana en la guerra de los Diez Años (1868-1878). Mariana Grajales había muerto en Jamaica pocos días antes de que Martí publicara este sentido homenaje a “aquella madre de héroes” (“Patria” 137). Dice Martí en este texto que Mariana “amaba, como los mejores de su vida, los tiempos de hambre y sed, en que cada hombre que llegaba a su puerta de yaguas, podía traerle la noticia de la muerte de uno de sus hijos” (“Patria”
137). El deseo de ver la liberación de Cuba supera en esta “madre patriota” el afecto maternal, haciéndola idónea para encarnar el heroísmo femenino acorde al proyecto revolucionario de Martí. Mariana, la madre heroica que muere en el exilio, se convierte así en un poderoso símbolo en torno al cual debatir los modelos de ciudadanía para la nación cubana. La aparición de esta figura de heroicidad en el momento en que líderes militares e intelectuales afrodescendientes aspiraban a ocupar posiciones de relevancia en la sociedad no es casual. La figura de esta mujer anciana estratégicamente desvía la atención de la masculinidad heroica representada por destacados

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revolucionarios afrodescendientes, entre los que se cuentan sus hijos, además de Flor Crombet, Guillermo Moncada y Jesús Rabí1. Además, al celebrar a la madre oculta otras formas de heroísmo femenino construido por letradas y representado por las mambisas, es decir, las mujeres que, como Mariana, participaron en la guerra2.
Esta crónica póstuma sobre Mariana Grajales es contemporánea a la publicación de Los poetas de la guerra. Colección de versos escritos en la guerra de independencia de Cuba (1893), publicado por Martí en Nueva York como parte del proyecto propagandístico de Patria, el periódico oficial del Partido Revolucionario Cubano (PRC) fundado un año antes. En el prólogo de esta colección de veinticinco poemas referentes a la guerra de los Diez Años (1868-1878), Martí señala la necesidad de conservar la memoria de “los días en que los hombres firmaban las redondillas con su sangre” (7). Este compromiso de la literatura con los ideales de sacrificio y abnegación en pro de la emancipación política de Cuba constituye el eje de la retórica heroica construida por Martí3. La celebración de la heroicidad, tanto en el prólogo como en el resto del poemario, no deja dudas: se trata de la construcción de una masculinidad épica que celebra el poder revolucionario de la palabra. Escribir “con la espada en la historia” (Los poetas 9) es tarea de hombres y para la mujer se reserva el rol de receptora entusiasta del accionar heroico de los poetas patriotas. Estos textos eluden mencionar que desde los inicios de la guerra de independencia la poesía patriótica escrita por mujeres, como Juana Borrero, Mercedes Matamoros y Nieves Xenes, había sido leída en tertulias y aparecido en la prensa, aportando una visión del proceso independentista que cuestionaba las construcciones de una masculinidad heroica hegemónica y destacaba el poder de convocatoria obtenido por letradas revolucionarias4.
Para la década de 1890 ya habían comenzado a aparecer en el imaginario cubano los primeros “monumentos” discursivos que organizaron la narrativa de la historia literaria en busca de lograr lo que Beatriz González-Stephan ha llamado el “efecto de unidad nacional” (211-275). A este respecto, el

1 Sobre la presencia de líderes afrocubanos en las guerras de independencia, consultar

Ferrer y Helg.

2 Respecto de la participación de la mujer en las guerras independentistas, ver Prados- Torreira, Mora Morales y Sánchez Guerra.

3 Para un análisis del heroísmo construido en las crónicas biográficas de Martí, ver el fundamental trabajo de Agnes Lugo-Ortiz.

4 Ver García Chichester, Rodríguez Gutiérrez y Yáñez.

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esfuerzo compilatorio que significó la publicación de Historia de la literatura cubana (1889), de Aurelio Mitjans, pone de manifiesto el deseo de crear una historia cultural común que, desprendida de la metrópoli, permitiera imaginar una comunidad de ciudadanos5. Por estos años circularon, tanto en Cuba como en las diversas comunidades de exiliados cubanos, una serie de publicaciones que reorganizaron en torno a la categoría del héroe las jerarquías de poder. Episodios de la Revolución Cubana (1890) de Manuel de la Cruz, A pie y descalzo (1890) de Ramón Roa y Desde Yara hasta el Zanjón: apuntaciones históricas (1893) de Enrique Collazo son algunos ejemplos de esta literatura de “campaña” vinculada a los hechos de la guerra6. La proliferación de figuras heroicas en la literatura del período da cuenta de la utilidad de esta entidad discursiva para dar coherencia y legitimidad a los anhelos de unidad nacional. El héroe, convertido discursivamente en protagonista de la historia colectiva, constituye, como ha señalado Agnes Lugo-Ortiz, la “categoría privilegiada para la producción de saber y ser de la nacionalidad” (xviii). De este modo, estudiar la heroicidad que surge en los grupos que permanecieron al margen tanto de las esferas de poder gubernamental como de los altos cargos de organización revolucionaria aporta nuevas perspectivas para entender la dinámica cultural cubana hacia finales del siglo XIX.
Para estos efectos, este artículo examina la obra de la poeta y maestra afrocubana Cristina Ayala (1856-1936), enfatizando el valor político de su construcción de una retórica heroica que enmascara su demanda de reconocimiento de los derechos de la mujer y de los afrocubanos. A través de la manipulación estratégica de la figura del héroe y la inscripción de la mujer letrada “de color” (para conservar la nomenclatura con la cual la autora se identificó) como modelo de heroicidad, esta poeta intentó intervenir en la elaboración de la memoria nacional. El mayor mérito de sus textos, que datan de 1885 y se prolongan hasta 1926, es la construcción de una posición discursiva que reconstruye el pasado de esclavitud para narrar la peripecia revolucionaria y crear una visión utópica de un futuro en el que los afrocubanos son integrados, por sus propios méritos, al resto de la sociedad. A partir de una constante revisión de los mecanismos de enunciación retórica, su trabajo

5 Como antecedentes de esta antología cabe mencionar el Parnaso cubano (1881) de Antonio López Prieto y el Álbum poético fotográfico de escritoras y poetisas cubanas (1868) de Domitila García de Coronado. Respecto de la importancia del periodismo y la cultura impresa para la formación del sentimiento comunitario, ver Anderson. Sobre los parnasos nacionales, ver Achugar.

6 Sobre la “literatura de campaña”, ver Fornet (“El ajuste”).

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poético problematiza la relación entre poesía e identidad, incorporando a las formas poéticas heredadas de la tradición hispánica los contenidos que enfatizan el legado histórico de la esclavitud.
Esta letrada reflexionó sobre las desigualdades sociales basadas en categorías raciales y de género y las combatió creando un discurso de recuperación de figuras heroicas que hicieran visible la contribución de los afrocubanos, y la suya propia, a la sociedad y a la cultura cubanas. Al articular su doble condición como mujer y como persona “de color”, Ayala fue capaz de reclamar para sí la representatividad de ambos grupos. Esto hace que la obra de esta autora ofrezca una valiosa oportunidad de aproximación a la experiencia de una mujer afrodescendiente durante el proceso de organización de la sociedad civil cubana. Teniendo en cuenta que mantener silencio en torno a las experiencias e ideas de mujeres afrodescendientes contribuye a perpetuar su invisibilidad y reforzar la injusticia social (Hill Collins 3), este artículo sostiene la necesidad de incorporar la producción cultural de Ayala a los estudios latinoamericanos. Más aún, la escasez de textos escritos por mujeres afrodescendientes en el siglo XIX en América Latina hace que el estudio de su poesía sea crucial para diseñar un panorama más completo de la dinámica de poder entre identidad racial y de género, escritura y disidencia política, en el período que va desde la abolición de la esclavitud en Cuba (1886) hasta los primeros años de la república (1901-1926)7.
Sin duda, Cristina Ayala constituye una voz excepcional de la literatura escrita por afrodescendientes en América Latina no solo por haber nacido en cautiverio, sino también porque su labor literaria la vinculó a reconocidos intelectuales como Juan Gualberto Gómez, Miguel Gualba, Vicente Silveira y Úrsula Coimbra de Valverde. De Ayala, así como también de

7 La literatura escrita por mujeres afrodescendientes en el siglo XIX es escasa. El texto más antiguo escrito por una mujer afro-descendientes en América Latina es el de Úrsula de Jesús, una monja limeña que escribió su diario espiritual en el siglo XVII (ver Van Deusen). Rosa Maria Egipciaca da Vera Cruz escribió Sagrada teologia do amor divino das almas peregrinas, pero el manuscrito fue destruido por su confesor cuando fue acusada de herejía. Juana Pastor, conocida como “la Avellaneda negra,” escribió poesía y prosa en La Habana durante el siglo XVIII. Ver DeCosta-Willis (27-29). En Brasil, Maria Firmina dos Reis escribió la primera novela abolicionista, Úrsula, en 1859 (ver Duarte). En cuanto a la recuperación de las experiencias y textos de mujeres afrodescendientes en América Latina, son relevantes los trabajos de María Mercedes Jaramillo y Lucía Ortiz, Rubiera Castillo, Daysi e Inés María Martiatu Terry y Mirian DeCosta-Willis.

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su particular aporte a la historia cultural cubana, se sabe muy poco. La información biográfica referente a esta escritora aparece dispersa en estudios sobre Minerva: Revista Quincenal Dedicada a la Mujer de Color, publicación en la que colaboró activamente8. Según María del Carmen Barcia, Ayala nació en 1856 en la ciudad de Güines, Cuba, concurrió a la escuela pública y comenzó a escribir poesía a los siete años9. A partir de 1885 y hasta su muerte publicó textos poéticos en más de veinte periódicos cubanos. Trabajó como maestra y participó en reuniones culturales y mítines políticos en los que leía sus textos. Cristina Ayala, además, fue un seudónimo adoptado por la escritora, siendo su nombre de nacimiento María Cristina Fragas. Con este gesto se incorporó a la esfera letrada al mismo tiempo que ponía fin a una identidad recibida al nacer en cautiverio. En 1926, Ayala publicó una colección que recogía algunas poesías que habían aparecido de forma dispersa en la prensa. Esta colección, titulada Ofrendas mayabequinas, constituye un documento único ya que da cuenta del nivel de difusión de la obra poética desarrollada durante más de cuarenta años por una mujer afrocubana. También, esta publicación revela un proyecto coherente e incansable en demanda de atención pública para temas relacionados con el derecho a la educación y la equidad de género.
Del mismo modo que su biografía solo puede ser reconstruida de manera fragmentaria, el reconocimiento de su labor ha sido escaso e incompleto. Luego de su muerte en 1936, el municipio de Güines decidió cambiar la denominación de la calle Hospital por calle Cristina Ayala, dando cuenta de un reconocimiento local que no tuvo alcance nacional10. Su nombre desaparece hasta 2001 cuando Nancy Morejón, en su discurso de aceptación del Premio Nacional de Literatura, señaló que “[e]ntre las elegías de Nicolás Guillén y el gesto rumoroso de la poetisa güinera Cristina Ayala, ha fluido mi voz buscando un sitio entre el violín y el arco, buscando el equilibrio

8 Ver Barcia; Fernández Robaina (“En las páginas de Minerva”); Montejo Arrechea.

Además de estos trabajos, la obra de Ayala ha sido mencionada en el estudio pionero de Miriam DeCosta-Willis, Daughters of the Diaspora: Afra-Hispanic Writers. También, Takkara Brunson en su tesis de doctorado, “Constructing Afro-Cuban Womanhood: Race, Gender, and Citizenship in Republican-Era Cuba, 1902-1958”, menciona a Ayala como parte del proyecto editorial de Minerva.

9 Agradezco a María de Carmen Barcia sus pertinentes sugerencias, las cuales guiaron este proyecto en su etapa inicial. Por más información sobre Cristina Ayala, ver Barcia (Mujeres 123-124).

10 Sobre la toponimia de las calles de Güines, ver García Curbelo, Nicolás y EcuRed.

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entre lo mejor de un pasado que nos sometió sin compasión a la filosofía del despojo y una identidad atropellada en la búsqueda de su definición mejor” (Cuerda 8). A pesar de este reconocimiento, la obra de Ayala aún aguarda ser estudiada desde perspectivas que revindiquen su contribución a la sociedad y cultura cubanas11.
Ayala comenzó a publicar sus poemas en un momento de intensos conflictos y transformaciones. En el período posterior a la guerra de los Diez Años (1868-1878) y a la guerra Chiquita (1879-1880), la vida social cubana se vio profundamente alterada no solo por las consecuencias del proceso revolucionario, sino también porque a partir de 1881 la economía sufrió una crisis que provocó el estancamiento de la producción y comercialización azucarera (principal soporte económico de la isla) y una reducción de su precio (Santamaría García 91-95). A inicios de la década de 1890, Cuba tenía la mayor deuda pública del mundo en relación con el número de habitantes (Moreno Fraginals 250). Ante la falta de recursos para la inversión y la escasez de mano de obra, las autoridades de la isla establecieron un tratado de comercio hispanonorteamericano que concluyó en 1895. Al mismo tiempo, iniciaron una campaña para traer desde España y las islas Canarias inmigrantes que contribuyeran a resolver la crisis agrícola y dieran inicio al deseado “blanqueamiento” de la sociedad cubana (Naranjo Orovio y Fernández Prieto
164-165). Con este fin se crearon diversas asociaciones como la Comisión Central de Colonización (1871), la Sociedad de Colonización (1872) y el Círculo de Hacendados de la Ciudad de Cuba (1878).
También en este período, posterior a la firma del Pacto del Zanjón (1878) que puso fin a la guerra de los Diez Años, surgieron los primeros partidos políticos cubanos. El Partido Liberal, más tarde denominado Autonomista (PLA), se constituyó en agosto de 1878, apoyado por el periódico El Triunfo, que se convirtió en su órgano de expresión. Pocas semanas después se creó el Partido Unión Constitucional (PUC) que representaba los intereses de peninsulares y de grandes propietarios. Ambos partidos compartían la idea

11 Recientemente, Monique-Adelle Callahan ha examinado la poesía de Ayala desde una perspectiva panafricana en “Race and Redemption in 19th Century ‘American’ Poetry Across the Americas: Francis Harper’s ‘Deliverance’ and Cristina Ayala’s

‘Redención’” y Between the Lines: Literary Transnationalism and African American Poetics. También Poemas y cantos: Antología crítica de poetas afro-latinoamericanas (de próxima aparición) editado por María Mercedes Jaramillo y Betty Osorio, incluye un artículo sobre Cristina Ayala.

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de que Cuba debía mantener su estatus de colonia española. A pesar de que representaba una ideología acorde a los intereses coloniales, el PLA atrajo a muchos independentistas porque representó al criollismo derivado del reformismo/anexionismo de principios de siglo (Moreno Fraginals
256-259). La población del campo, los obreros y los diferentes grupos afrodescendientes permanecieron excluidos del juego político establecido por estos partidos, como por ejemplo la negociación de cargos oficiales en Cuba y España. Esto provocó la aparición de diversas organizaciones políticas independientes que respondían a los intereses de los sectores obreros y la fundación del Directorio Central de las Sociedades de la Raza de Color (1892), órgano que nucleó las antiguas cofradías y cabildos bajo un programa unificado.
La ley de imprenta (1880), que significó la liberación de la censura, hizo posible la aparición de medios de prensa y difusión que respondían a diversas tendencias políticas. Particularmente, La Habana experimentó el desarrollo de la cultura impresa con más de quinientas publicaciones periódicas (Ferrer, Insurgent 113). El ensayo de corte político, ideal para el debate, se publicó intensamente en estas décadas trayendo a la atención pública autores y textos que habían sido censurados en el momento de su escritura. Comienza así, según Ambrosio Fornet, una “nueva era” para la cultura cubana: “[L]a época del periodismo y la oratoria, de las conferencias y las tertulias literarias” (“El ajuste” 49). Además, la proliferación de clubes de instrucción y recreo, salones, teatros, agrupaciones benéficas, recreativas y difusoras de cultura, señala la vitalidad de sectores no letrados para redefinir los espacios de circulación de expresiones populares.
Acompañando estas reformas y cambios sociales, surgió por primera vez en la historia cubana una vigorosa esfera pública en la que se debatió sobre la condición de opresión colonial, al mismo tiempo que se redefinían los códigos de exclusión para los afrodescendientes, las mujeres y los inmigrantes chinos (Lane 107). Integrándose a este proceso, algunos intelectuales afrocubanos establecieron una agenda política orientada a la denuncia de diversas formas de discriminación racial y a obtener respuestas que resolvieran la situación de pobreza y marginación en que vivía la mayoría de su comunidad. Particularmente, la prensa negra cubana –en la cual se destacan El Pueblo (1878), El Africano (1887), La Fraternidad (1888-1890) y La Igualdad (1892)– contribuyó a articular una comunidad social y política que se identificó con discursos que defendían sus derechos y desafiaban las antiguas estructuras de explotación heredadas del sistema esclavista. De esta manera, las revistas y periódicos

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editados por afrocubanos materializaron una variedad de expresiones que manifestaron las ambiciones de estos líderes y negociaron su derecho a aspirar a los espacios de dirigencia política.
Asociado a la prensa negra surgió un movimiento feminista afrocubano nucleado en el proyecto editorial de Minerva, entre cuyas colaboradoras se encontraban, además de Cristina Ayala, reconocidas mujeres de letras, como Úrsula Coimbra de Valverde, África C. de Céspedes y María Ángela Storini12. Las escritoras organizadas en torno a esta publicación articularon una potente voz de denuncia en un medio cultural que las excluía no solo de ámbitos atribuidos a hombres de letras, sino también de las esferas de intervención reservadas a mujeres blancas de la burguesía o de la clase alta. A partir de la publicación de poemas, reseñas, ensayos y artículos escritos por mujeres afrodescendientes, Minerva puso en circulación en el mercado cultural caribeño un valioso y complejo artefacto que creó una plataforma de intervención política para la mujer “de color”13. Ayala se integró a este proyecto cultural que mostraba la emergencia de un liderazgo femenino que aspiraba a consolidarse como grupo de presión. Las colaboradoras de esta revista intentaron inculcar en sus lectores un sentimiento de orgullo por pertenecer el grupo “de color” y el deseo de superación a través de la educación y el servicio a su comunidad. Además, a través de nuclearse bajo el término “de color” promovieron la consolidación de redes solidarias que unificaran bajo una consigna única a los diferentes grupos afrodescendientes combatiendo la estratificación que diferenciaba entre mulatas, pardas y negras.
El 26 de enero de 1889, apareció el primer artículo de Ayala escrito para Minerva. En este texto, titulado “Me adhiero”, la autora aborda el tema del derecho de los exesclavos a la educación. Ayala responsabiliza a las “ominosas instituciones” españolas de la situación opresiva que viven los afrodescendientes y enfatiza que las “faltas” que se adjudican

12 Esta revista completó diecisiete entregas quincenales entre 1888 y 1889. En 1889 la revista dejó de editarse por falta de recursos económicos (Barcia, “Mujeres” 91). En 1910 Minerva reaparece con otro título: Revista Ilustrada Universal: Ciencia, Arte, Literatura y Deporte. Cristina Ayala colaboró en ambas publicaciones. Ver Brunson (83-86) y Montejo Arrechea (41-46). La última versión de la revista apareció en 1925.

13 Minerva fue distribuida en Cuba, Puerto Rico, Cayo Hueso, Tampa, Nueva York y Kingston. Además, al ser financiada por suscripción se distribuía a muy bajo costo en fábricas de tabaco y tiendas cuyos dueños eran afrodescendientes, siendo accesible al creciente número de mujeres pertenecientes a la clase trabajadora. Ver Montejo Arrechea (34).

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a los afrocubanos son la consecuencia de que se les niegue el acceso a la educación. Dice Ayala:

[M]ientras todos los individuos de nuestra raza no estén en condición de hacerlo, no se eduquen, y por medio de la educación se moralicen, no podremos entrar en el concierto de las sociedades que se titulan cultas, sin que del seno de las mismas se levante alguna voz dispuesta arrojarnos en cara faltas que, verdaderamente no son más que lamentables consecuencias del triste estado de abyección a que ominosas instituciones sociales nos tenían relegados hasta ahora (2-3).

Con este texto Ayala intervino, desde la plataforma de Minerva, en el debate por el derecho de los afrocubanos a la educación mientras señalaba las consecuencias de la discriminación racial. A través de esta denuncia, la poeta se hace eco de una reivindicación fundamental del directorio central de Sociedades de la Raza de Color que tenía entre sus metas la creación de escuelas primarias para niños de ambos sexos (Helg, Our Rightful 35-37). Este texto se enuncia como una exhortación a la población “de color” para que se integre al sistema educativo, se organice políticamente y reclame mejoras en su condición de vida. Además, al ser su profesión el magisterio, Ayala llama la atención sobre la importancia de su propio rol en la formación de ciudadanos necesarios para el proyecto modernizador.
También en su poesía Ayala vincula discursivamente educación y conducta ética representando a los afrodescendientes como sujetos de un accionar ético acorde al modelo de ciudadanía. En el poema “A mi raza”, publicado en
1888, el hablante poético reconfigura simbólicamente el pasado de opresión y esclavitud transformándolo en una promesa de servicio a la nación cubana. Dice el poema:

Ya es tiempo raza querida que, acabado el servilismo, demos pruebas de civismo

y tengamos propia vida. (…)

No es la raza negra, no;

aunque en tal sentido se hable;

la que ha de ser responsable

de “aquel tiempo que pasó”. (…)

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Que si todos por igual

–sin que haya rémora en eso– buscamos en el progreso nuestra perfección moral

tal vez tengamos la gloria

para que el mundo se asombre, de consignar nuestro nombre con honra y prez en la Historia.

Y si tal éxito alcanza

el noble esfuerzo que haremos el estigma borraremos

que la Sociedad nos lanza (17-19).

A través del uso de una estructura antitética que opone “servilismo” a “civismo”, la poeta propone la idea de que el progreso se encuentra condicionado al logro de la igualdad social y el cese de la discriminación. Las palabras elegidas para cerrar cada primer y último verso –“igual”, “moral”, “gloria”, “historia”– construyen una elaborada estructura poética que propone al afrodescendiente como sujeto de su propia historia. Del mismo modo, al referirse al “noble esfuerzo” y “perfección moral” enfatiza el deseo de quienes ya no se consideran objetos de “servilismo”, sino sujetos de “civismo”, de contribuir al progreso de su comunidad.
Ayala aclara en una nota al pie que “A mi raza” fue concebido como respuesta a las ideas expuestas en “un folleto que se titulaba ‘Cuba y su gente’ donde se denigraba a la raza de color y sobre todo a la mujer” (17). En Cuba y su gente. Apuntes para la historia (1887), Francisco Moreno describe así la visión que se ofrece al viajero que llega al puerto de La Habana: “[N]egros y negras, apestando á grajo ó á catinga desde cien varas de distancia, y moviéndose al arrullador compás de las chancletas que arrastran; alguna que otra señorita cursi con semblante color de morcilla, ó revocada de albayalde, asomada á la ventana” (11). A pesar de que no es posible afirmar que Ayala hace referencia a este texto en particular, “A mi raza” demuestra su interés por contradecir los discursos que utilizaron la figura de la “mulata” para proponer excluyentes nociones de nacionalidad. En La prostitución en la ciudad de La Habana (1888), por ejemplo, Benjamín de Céspedes sostiene que “en el organismo linfático de la sociedad cubana, el abceso supurante de la prostitución, radica en las costumbres de la raza de color” (171) y agrega

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que “en estos contubernios de razas y colores, se advierte un fenómeno curioso de selección sexual: la negra y la mulata eligen á los blancos para cubrir sus gastos y prefieren al negro y al mulato para satisfacer sus gustos (171-
172). El discurso médico-higienista de Céspedes, el costumbrismo literario y pictórico –representado por la novela Cecilia Valdés de Cirilo Villaverde (1882) y la pintura de Víctor Patricio Landaluze– y el teatro bufo, que por entonces estrena La mulata de rango de José María Quintana, conjugan un discurso que denigra a la mujer afrodescendiente y la representa como la causante de los “vicios” de la sociedad cubana14. En busca de refutar esta visión, “A mi raza” articula una voz lírica que muestra a la comunidad afrocubana como responsable del progreso económico de la isla y defiende su derecho a acceder a la educación y al trabajo remunerado. Además, el poema convierte a los afrodescendientes en sujetos de una enunciación colectiva que los compele a reclamar el reconocimiento y la dignificación de su aporte a la sociedad cubana.
Ante la necesidad de crear genealogías heroicas que produjeran un efecto de continuidad histórica, Ayala respondió estableciendo una agenda de reivindicación racial. Más aún, a un público ávido de figuras heroicas asociadas a la guerra independentista, esta escritora entregó una versión alternativa del heroísmo que vinculaba el sacrificio, la abnegación y la ética de trabajo al deseo de libertad y la promesa de emancipación. En esta poesía, la retórica heroica deja de lado la historia de los “grandes hombres”, tal como había sido propuesta por Thomas Carlyle en On Heroes, Hero-Worship, and the Heroic in History (1841), para convertirse en parte de un esfuerzo comunitario que ubica a la “raza de color” en el centro de la historia nacional.
Con el avance de los preparativos para la última guerra de independencia (1895-1898), la representación del heroísmo afrodescendiente en su poesía se hace más directa y resuelta. Por ejemplo, en su poema “Corona al genio” (1893), Ayala pronuncia un reconocimiento público al líder afrocubano Juan Gualberto Gómez (1854-1933) diciendo:

Al hombre que amparado en su derecho, con faz serena y con la frente erguida,

¡presenta siempre su valiente pecho a los rudos embates de la vida…

14 Ver Lane (180-223) y Kutzinski.

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¡Al león de la tribuna, en cuya frente quiso Dios colocar el sacro fuego

del humano saber, y un alma ardiente, para más gloria consedióle luego…

Héroe que no sucumbe en la batalla por más que en pos de sí vaya dejando jirones de su carne, ¡no desmaya!

con cívico valor, ¡sigue luchando! (87).

En este extenso y bello poema, Ayala recurre a la compleja estructura del serventesio para homenajear a un héroe afrodescendiente. Si bien el heroísmo construido por la voz lírica responde a una perspectiva que exalta la disolución del cuerpo individual como forma de dar coherencia simbólica al cuerpo social, también enfatiza que este sacrificio forma parte de una guerra “cívica”. Más aún, esta construcción ofrece un héroe mesiánico que no pertenece a las poderosas y aristocráticas familias cubanas sino que es un intelectual representante del grupo “de color” cuyas hazañas se libran en la tribuna y en el papel periódico.
“Corona al genio”, leído en La Bella Unión Güinera en ocasión del viaje de Gómez a Güines, demuestra la difusión de la obra poética de esta autora entre un público no necesariamente alfabetizado. Si bien en La Habana en
1887 solo el setenta por ciento de la población que se identificaba como blanca y el veintiocho por ciento de la población que se identificaba como “de color” sabía leer y escribir (Ferrer, Insurgent 116), la circulación y recepción de la producción literaria no se limitaba a la lectura individual y silenciosa. Por el contrario, la lectura pública en clubes y asociaciones de recreación, sumada a la acción de los pregones callejeros y a las lecturas en las fábricas de tabaco, contribuyeron a la divulgación de textos revolucionarios y alentaron el sentimiento de comunidad nacional15. Al ser invitada a leer sus textos en mítines y reuniones políticas, Ayala pudo desarrollar un perfil público haciendo llegar su poesía tanto al público letrado como al iletrado. Además, su práctica artística supo aprovechar las condiciones de circulación de textos, comunes en la época, estableciendo una relación productiva entre escritura y oralidad que potenciaba en los sectores populares el sentimiento de pertenencia comunitaria. A pesar de que responde a modelos lingüísticos y formales asociados a la llamada “alta cultura”, su poesía se pone al servicio de

15 Ver Ferrer (Insurgent 115-117), Lane (110), Fornet (El libro 185-193).

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sus propios intereses de raza, clase y género convirtiendo al afrodescendiente en sujeto de la enunciación poética.
Más aún, “Corona al genio” elabora una acción performativa que, rompiendo la distancia entre texto y público receptor, proyecta, a través de la mediación de la autora, la acción del héroe en la comunidad que le da su apoyo. Poesía, representación y acción se unen en este texto para reclamar el derecho de la mujer letrada “de color” a intervenir en la creación de los símbolos nacionales. Dice el poema:

Pues esto y más, merecen en conciencia, los genios eminentes; distinguidos

que en esta fiesta de la inteligencia con placer admiramos reunidos.

Porque, cual ramo de galanas flores, por doquiera que la vista giro,

¡todo es gracioso! ¡todos son primores

y no puedo decir lo más que admiro …

Aquí, la culta dama, que recrea con su palabra dulce y elocuente; allí, el varón ilustre, que la Idea lanza al espacio con su voz potente.

Y… más allá, ¡distingo emocionada

al que en mi raza brilla por gigante…

¡aquel que Cuba contempló admirada!

¡permítanme, señores, que le cante!…

Que he de cantarle, sí, con deferencia, al hombre que fundó todo su anhelo en ilustrar la inculta inteligencia

del triste esclavo en el cubano suelo (86).

A través de un hablante poético que oscila entre una primera persona singular y un “nosotros” inclusivo, este poema escenifica su propia enunciación. El público deja de ser receptor pasivo de la acción heroica y se convierte simbólicamente en sujeto de la enunciación y copartícipe del evento patriótico- poético. Mediante el proceso de vocalización del texto se logra unir en una enunciación colectiva a la poeta que lo recita, al héroe presente en el acto

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y a la comunidad que escucha. De este modo, además de la elaboración de una retórica heroica, la lectura pública del poema vigoriza, al escenificarlos, los lazos comunitarios de los líderes “de color”.
Sin embargo, el tono solemne y elogioso desde el que se enuncia este poema no oculta la actitud performativa de la voz poética que altera el culto al “héroe” con la mención del pasado esclavista y la alusión al derecho de la mujer afrodescendiente a enunciar la historia patria. Al final del poema, cuando la voz poética agrega “¡hay que ser un genio prepotente / para cantarte como tú mereces” (88), alerta al público sobre su propia posición histórica y su compromiso con la labor intelectual. Ayala se representa como portadora de un saber que le otorga autoridad y le permite apropiarse del espacio enunciativo tradicional del hombre asumiendo una voz exhortativa y dramática que convoca a la acción. En momentos en los cuales ser mujer, letrada y “de color” parecía una contradicción de términos, Ayala no duda en autoproclamarse letrada “de color”. En su construcción no hay reverencia al héroe sino manipulación intencionada. Al desplegar una retórica heroica que minimiza la figura del héroe militar, ofreciendo una alternativa que responde a sus propios intereses de clase, género y raza, Ayala demuestra su capacidad enunciativa al recurrir al enmascaramiento como una “treta del débil” desde la cual articular el valor de su propia posición social como letrada afrocubana.
Una vez finalizada la última guerra de independencia en 1898, el proceso político de transición republicana signado por la intervención de Estados Unidos (1898-1902) en Cuba consolidó una estructura sociopolítica que dificultaba la movilidad social de los afrocubanos (Helg, “Sentido” 62). En este período se produjo una redefinición de los conceptos de ciudadanía y raza a través de la circulación y coexistencia de discursos que abogaban por la igualdad social y discursos de mitificación y criminalización de los afrodescendientes16. La fundación del Partido Independiente de Color (PIC) en 1908 por parte de los líderes afrodescendientes Evaristo Estenoz y Pedro Ivonet, y su posterior paso a la ilegalidad, obligó a redefinir los límites de una negociación política que estuvo signada por una serie de movilizaciones populares y levantamientos armados17. En 1912 la represión estatal contra

16 Ver Bronfman.

17 Me refiero al levantamiento de 1905 liderado por liberales radicales, la revolución de 1906 llamada guerrita de Agosto y el enfrentamiento racial de 1912, conocido como la guerrita del 12. Los dos movimientos más prominentes en pro de garantías

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el PIC, que terminó en la masacre miles de afrocubanos conocida como la guerrita del 12, contribuyó a detener la movilización política organizada en base a una identidad racial. Si bien la desaparición del PIC no impidió que los afrocubanos desarrollaran formas organizadas de oposición contra la segregación racial (De la Fuente 121-127), 1912 marcó el fin de una forma de expresión de identidad colectiva que se autodefinió a partir de parámetros raciales (Helg, “Afro-Cuban” 63).
En este período de conflictos, en el cual ciertos líderes afrodescendientes entendieron que la única forma de participar efectivamente en el gobierno era crear su propio partido político, Ayala escribió el poema titulado “Contestación” (1906). En él construye una genealogía de escritores afrodescendientes de los que se siente heredera y defiende el aporte de los escritores de su “raza” a la literatura nacional. “Contestación” está dedicado al poeta afrocubano Vicente Silveira Arjona (1841-1924), cuya poesía fue incluida en Poetas de color (1878) de Francisco Calcagno. Silveira, además de poeta y maestro, fue director de instituciones benéficas, como El Tren Funerario Público y la Sociedad de Socorros Mutuos de Blancos y de Color y fue también un periodista reconocido, fundador del semanario La Caridad (1889) y El Progreso (1900-1901). Al exigir el reconocimiento de la contribución a la cultura cubana de este hombre de letras, Ayala reclama:

Hoy que mi raza en Cuba, ya las puertas del Templo del Saber, encuentra abiertas, es lógico creer

que si algún genio, con potente vuelo escalar quiere de la gloria el cielo,

Ya lo puede obtener.

Si en el tiempo del látigo inhumano, un Plácido, un Medina y un Manzano nuestra Cuba nos dio,

que en medio de tamaña desventura llegaron a cantar con tal dulzura

que el mundo se asombró.

para los derechos civiles fueron el liderado por el PIC y la campaña nacional de los veteranos (1910-1911). Ver Ferrer, Helg y De la Fuente.

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¿Cómo es posible que hoy, que ya la tralla

rasgando nuestra espalda no restalla, no logremos también

que nuestro acento, noble y grave vibre y del Parnaso de la Patria libre

no hagamos un Edén? (90-91, énfasis en el original).

Al dar nombre a los héroes poetas que vertieron su sangre ante el “látigo inhumano” y fundaron una tradición literaria a través de su “acento noble y grave”, Ayala intenta reorganizar la memoria colectiva en torno a la actuación de letrados afrocubanos. La voz poética sostiene que Juan Francisco Manzano, autor de Autobiografía de un esclavo, y el poeta Gabriel de la Concepción Valdés, más conocido como “Plácido”, así como también Antonio Medina y Vicente Silveira, son referentes ineludibles de la cultura nacional cubana. Estos héroes-poetas actúan simbólicamente como aglutinadores en torno a los cuales se reconfigura la genealogía literaria cubana. Este recordatorio de que las voces de poetas afrocubanos no pueden ser silenciadas unifica en la misma prédica a Plácido, Medina, Manzano, Silveira y Ayala.
El poema “En la brecha”, escrito en 1912, se enuncia desde una voz femenina que no teme identificarse como “literata” a pesar de enfrentar el rechazo social. Este poema dice:

Mas, entre el bravo guerrero y el literato eminente,

si mucho admiro al primero, al segundo, lo venero

con entusiasmo ferviente.

Que el literato es faro

que alumbra la inteligencia; y de su pluma al amparo, surge con destello claro

la hermosa luz de la ciencia

Por eso yo quiero ser…

¿literata? ¿por qué no?

¿qué acaso porque soy… YO,

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tal vez no pueda obtener lo que tanto me halagó?

¡Pues quiera el mundo o no quiera, siempre en la “brecha” estaré tremolando mi bandera,

y en lo alto de la trinchera al fin, la colocaré! (195) .

En esta quintilla escrita como “humorada poética” (194), dedicada al director de Escuela y Hogar, Valentín Cuesta y Jiménez, se elabora un contraste entre el “guerrero” y el “literato” enfatizando la inoperancia del heroísmo militar en momentos en que era necesario construir el discurso nacionalista de la república. Usando el imaginario ilustrado, Ayala defiende la labor de la “literata”, quien a través de su poder enunciativo puede dar coherencia a la historia nacional. Si prestamos atención a la voz poética, debemos creer que es ella quien, luego de celebrar “a los patriotas / que en el campo abierto han peleado / por ver sus cadenas rotas” (195), tiene derecho a reclamar “una fama gloriosa” (194). La palabra poética se enuncia en control del discurso heroico y se autoproclama la fundadora de sentido de un pasado que solo adquiere vigencia a través de la acción de la letrada. Ayala demuestra conocer el poder del discurso como ordenador del pasado cuando dice: “[C]anté los hechos más salientes / que se registran en la patria historia, / y las proezas de sus combatientes / he consignado en páginas de gloria” (121). En este poema la voz poética asume una posición de privilegio desde la cual puede integrar o excluir al “héroe” de la historia nacional.
Más aún, su apropiación de la metáfora bélica estratégicamente apunta a su necesidad de luchar para ser reconocida como letrada. Además, la interrupción de la pregunta “qué acaso porque soy…” alude a una identidad racial que no puede ser enunciada. Esta elisión revela su búsqueda de un nuevo lenguaje desde el cual articular poéticamente una definición identitaria. Su decisión de identificarse como “literata” dejando en suspenso su origen racial señala la transformación de un discurso poético que hasta entonces se había identificado como “de color” y opta ahora por enfatizar su posición como mujer letrada. Sin embargo, el tono burlesco y triunfal se convierte en una potente declaración que, reforzada por los elementos bélicos, sirve de recordatorio de las hazañas heroicas de las mambisas.

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Surgida durante el tránsito de la esclavitud al sistema de trabajo asalariado y de la organización colonial española a la intervención estadounidense y el inicio de la república, la poesía de Ayala ofrece una mirada insólita al proceso de negociación de nuevas posiciones enunciativas del sujeto político en Cuba. La categoría del héroe, usada como estrategia de enmascaramiento, le permitió articular un discurso de defensa de los derechos de la mujer y de los afrocubanos. Alrededor de figuras heroicas como Gualberto Gómez, Manzano y Plácido, se concentró simbólicamente la compleja tensión entre una identidad que se reconocía como “de color”, mujer y cubana. De este modo, el heroísmo, incitador y legitimador de genealogías e identidades colectivas, contribuyó a la difusión y aceptación de su obra entre el grupo asociado a Minerva y la colectividad intelectual de Güines. Al asumir una posición enunciativa que privilegia la expresión de una identidad de letrada “de color”, la autora defendió no solo sus derechos sino también los de las mujeres de su comunidad racial. Su labor literaria, además de exponer su intención de intervenir en la construcción de la memoria histórica, expone las ambiciones de protagonismo de Ayala, quien se propuso como modelo cívico para las generaciones futuras.

Ofrendas mayabequinas, único libro publicado por Ayala, contiene más de cien composiciones poéticas, escritas entre 1885 y 1926. Este texto es producto del esfuerzo de la poeta por incorporarse a la esfera letrada y la manifestación de sus aspiraciones a acceder a “la cumbre del Parnaso” (181). Sin embargo, su poesía deja múltiples interrogantes e induce a cuestionar los silencios, intencionados o involuntarios, que rodean la producción cultural de esta autora. Por ejemplo, su declaración: “¡[C]uántas canciones / tengo, que publicarlas / no me he atrevido” (125), elude elaborar una explicación sobre los obstáculos que enfrentó como mujer afrocubana, dejando libre a la especulación las condiciones simbólicas y materiales que posibilitaron la publicación de ciertos poemas y la eliminación de otros. ¿Qué criterios motivaron a la autora a hacer pública tan solo parte de su obra? ¿Esta exclusión se debió a criterios puramente estéticos o intervinieron favores vinculados a su identificación racial y de género? ¿Por qué desaparecieron las menciones al protagonismo y a las aspiraciones de las comunidades “de color” en sus poemas posteriores a 1912? ¿Qué impacto tuvo su poesía en su comunidad? ¿Fue Ayala fuente de inspiración para otros poetas? Futuros estudios de la obra de esta poeta afrocubana podrán responder estas y otras muchas interrogantes planteadas por una obra tan única como fascinante.

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Recepción: 14.03.2016 Aceptación: 11.05.2016