Recife, al racif, origen de su nombre – baixio o acera de piedra, en homenaje a la barrera de arrecifes naturales existentes, es el nombre de la ciudad que tuvo en la plástica natural su función primaria – núcleo portuario, y tiene hasta hoy su identidad ligada a los espacios libres de sus barrios centrales, su forma natural da lugar a la forma construida, siendo moldeada por esta[1]. Como porción de tierra tomada en parte al río, y en parte al mar, aspira desde siempre a la libertad, destacando su espíritu colectivo, y el gusto por los horizontes libres permitiendo observar el gran océano y los ríos que la rodean. Desde el dominio holandés (1630-1654), período que vio una gran reforma urbana y figuración de su centro (formado por varias islas y puentes), hubo preocupación por presencia de espacios libres diversos en su trazado: jardines del palacio, márgenes de muelles y cabezas de puentes, patios de iglesias e/o mercados. El trazado urbano de los barrios centrales –Barrio del Recife, Santo Antonio y San José, empieza a tomar cuerpo y significado tomándose en cuenta también la anchura de las vías y gabarito de las manzanas, perfil que continua hasta hoy en gran parte de esos barrios, aunque las fachadas hayan sido cambiadas[2].
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[1] ‘La naturaleza construyendo los arrecifes a lo largo de la costa generó el muelle natural. El hombre levantando en las tierras bajas, situadas por detrás de esos arrecifes, el organismo artificial de sus construcciones, dio lugar la ciudad. De la asociación de esos dos factores geográficos –la utilización del espacio como si fuera una sustancia plástica a ser modelada–, surgió el paisaje natural de esa ciudad-puerto”. CASTRO, Josué de. Un ensayo de Geografía Urbana: la Ciudad del Recife. En: Ensaios de Geografia Humana. São Paulo: Brasiliense, 1957, p. 280.
[2] Conforme estudios del historiador José Luiz da Mota Menezes, que se viene dedicando a este asunto en particular y es autor del proyecto de reforma de la sinagoga de la calle Buen Jesús – Barrio del Recife.